Hay lugares que nos abren el corazón sin pedir permiso. Bali es uno de ellos.
En esta isla mágica, la belleza parece en todas partes: en los colores, los olores a flores o incienso, en la luz, en los sonidos, en cómo te sirven la comida…
Los balineses viven con presencia y devoción, honrando la vida en cada momento, cada gesto es una oración y cada ofrenda es un recordatorio de que pertenecemos a algo más grande…
En Bali lo visible y lo invisible conviven, la espiritualidad es algo cotidiano que se vive, se siente y te transforma.
Para mí, Bali es mucho más que un destino bonito.
Cuando llegué por primera vez en 2014, la isla me sostuvo, me ayudó a recolocar lo esencial
y me enseñó a vivir de una manera más consciente, más amable y más verdadera.
Bali abrió en mí procesos que necesitaban salir a la luz, y sé hace lo mismo por otras mujeres.








